Obliga a preguntarnos: ¿dónde están las ventanas?, ¿dónde están las puertas?, ¿dónde han ido a parar los reflejos?, ¿con qué derecho los espejos interpretan las imágenes a su antojo?. ¡Tan difícil es comportarse con normalidad! Isabel desorienta a los espejos, da la espalda a puertas y ventanas, desinteresada por lo que el exterior quiera decir, hay demasiados universos allí dentro como para preocuparse por el que está traspasando el umbral.
Prestidigitación barata en la que las diferentes partes del cuerpo reaparecen unidas después de ser serradas por cuchillas dudosamente afiladas, como si la magia se tratara de eso, de dejar las cosas como están. Tanto artificio, tanta farándula, para que después la dama del corsé de lentejuelas aparezca ilesa, con cada pierna en su lugar, con la sonrisa radiante como si volver a la normalidad tuviera algún mérito. Mérito es que el extrañamiento de lo cotidiano aparezca frente a la mirada con la más grosera naturalidad. Caos y cosmos reconciliados, y no en la mente de un pensador o de un literato, sino frente a muestra propias narices. Check-in es una revancha al orden, un patas arriba del cabeza abajo. "El orden se dice de muchas maneras", nos cuentan los sabios; es posible pensar el tiempo antes de tiempo, y el espacio sin referencias. Es posible, ya lo sabemos.
Isabel recorre los caminos de otra magia, no la magia negra, oscura y misteriosa, ni la magia blanca ,tan buena para el amor y los negocios; su magia es perversa por su simpleza, une su cuerpo con la pared, pared con el cuerpo, finísima línea continua en el que una parte sucede a la otra con una lógica clara a los ojos pero inaprehensible por nuestra mente. Embruja el espacio para que todo esté en su sitio, sin estarlo, corrompe las costumbres. Explora las infinitas conexiones impalpables de la materia, para mostrar las cosas donde nunca deben estar. Otros pensaron los espacios, ella los (re)-crea para ser pensados.