Los psicólogos somos muy conscientes del "impacto emocional" que los viajes tienen sobre nuestro estado de ánimo. Sin duda, "viajar", cambiar de lugar, conocer a gente nueva, admirar paisajes distintos, contemplar obras de arte, observar nuevas culturas, ver costumbres diferentes... nos proporciona grandes oportunidades para reflexionar, analizar y asimilar enseñanzas que enriquecerán nuestra existencia. Ya nos lo decía Francis Bacon: "Los viajes, en la juventud, son una parte de la educación, y en la vejez, una parte de la experiencia". Pero la permanencia del viaje va más allá de su duración temporal. Lo importante no es viajar, lo crucial es el ritual que acompaña al viaje. Los viajes comienzan mucho antes del día oficial de salida. Hay personas que disfrutan infinitamente más con los preparativos que con el viaje en sí.
En este sentido, recordemos que nuestra imaginación nos proporciona los mejores viajes. Ahí todo nos pertenece, no hay límites, nada escapa de nuestro control. Libremente, decidimos lo que queremos vivir, la sucesión de acontecimientos, de experiencias, de momentos y de situaciones que nos llenarán de plenitud. Pero hoy día muchas personas han sustituido la imaginación creativa por la planificación fría y rígida, en muchas ocasiones vía internet, de todas y cada una de las etapas del viaje. No dejamos que nuestra mente "cree" el recorrido; incluso, cada vez con más frecuencia, permitimos que el destino lo elijan las compañías aéreas, con sus ofertas de viajes de bajo coste.
Isabel Tallos ha contemplado la sinrazón de esos viajeros de low cost que llegan horas antes al aeropuerto, para ponerse los primeros en las colas de embarque, pensando que así elegirán un buen sitio en el vuelo, y que, aunque ese lugar privilegiado la mayoría de las veces sólo les asegura ser los primeros en subir al autobús que les acerca a ese avión al que accederán en último lugar, repiten una y otra vez el proceso, con la esperanza de que