SOUVENIRS DE LA MIRADA. FETICHES DE LA ESTANCIA.
Bajo la voz francesa de souvenir solemos agrupar cualquier objeto comprado en un destino al que viajamos y que sirve para recordarlo. Aunque, por lo general, los souvenirs suelen ser réplicas en miniatura de los edificios o lugares más característicos y reconocibles, así como representaciones de éstos transferidos a cualquier soporte, resulta difícil que cualquiera de ellos pueda poseer la capacidad evocadora y la facultad para el recuerdo de la fotografía que el visitante realiza in situ. Entre otras cuestiones, por su naturaleza fotográfica y por razones de autoría. Visionar cualquier imagen realizada durante un viaje inicia un proceso de rememoración: ese instante detenido o suspendido que es la fotografía, se ofrece para ser excedido, esto es, que puede originar una secuencia de imágenes, recuerdos o un relato aparejado. También, ya sea a que actuamos como autores de esas imágenes o como co-protagonistas junto al escenario fotografiado, cada una de esas imágenes supone una manifestación o afirmación de la especial vinculación, relación o interés por captar e inmortalizar lo que fotografiamos, por lo que atesora una explicación o sentido.
Relacionada con la condición de la fotografía como suerte de prueba o garantía de veracidad, la fotografía turística funciona como una especie de certificado de lo vivido, de la estancia en ese escenario que queda recogida. En este sentido, la fotografía pudiera adquirir un estatus cercano al del fetiche. Fotografiamos apropiándonos de lo real para que devenga icono. Pareciese que tras el gesto de fotografiar se esconde un talante animista: nos llevamos en nuestra cámara el alma de lo fotografiado, que es tanto como decir lo vivido. Poseer ese recuerdo icónico garantizará que persista la experiencia.