algún día sus prisas tengan premio, olvidándose que la reflexión siempre ganará a la impulsividad. A veces, como nos diría Alphonse Karr, parece que "no se viaja por viajar, sino por haber viajado".
En este contexto, nos sorprende muy gratamente la forma de viajar de Tallos. Su juventud no se ha dejado impactar por la tiranía de la velocidad. Tallos nos propone un viaje pausado, meditado, donde podamos reflexionar con calma en la tranquilidad de cada uno de los hoteles y de los escenarios que ha elegido, y que son una muestra representativa de los "interiores" de la ciudad y el país visitado.
Sus fotos tan minuciosamente trabajadas, sus auténticas obras de arte son un contraste magnífico que destaca ante el atropello de los cientos de fotos que sacan de forma compulsiva esos "turistas" que se muestran incapaces de pararse un instante a disfrutar del lugar que están visitando, que parecen inmersos en una carrera sin fin por fotografiar lo que no les ha dado tiempo a ver, que sólo aspiran a contemplar posteriormente el país a través de las instantáneas de sus fotos y no de la realidad de los momentos vividos. Ese viajero típico que parece darle la razón a Jean de la Fontaine cuando exclamó: "Quien mucho ha visto poco puede haber retenido".
Tallos, por el contrario, nos acerca con mimo a esos lugares poco fotografiados por los viajeros comunes, nos enseña con deleite todos sus rincones, todos sus secretos, toda la vida que llevan dentro. Y lo hace desde su perspectiva de artista, desde ese caleidoscopio que rebosa sensibilidad en cada gesto, en cada elección, en cada "historia" que inicia, y que deja al lector amablemente la libertad de darle su continuidad.