Incluso la inserción ocasional de su figura refuerza ese tono místico. En algunas fotografías, la escena puede parecernos desconcertante o claustrofóbica, pero cuanto más capaces somos de relajarnos y aceptar el juego que ella nos propone, mayor será la posibilidad de comenzar a reconocer las cualidades formales y sensoriales de ese espacio. Mediante un acto de alquimia visual, la sensación de claustrofobia puede transmutarse en una expresión de apertura y claridad. A ello contribuye el resplandor de la luz que entra por los vanos y las ventanas, generando geometrías trapezoidales al proyectarse sobre los muros y los suelos de la habitación. Pero Isabel Tallos no quiere prescindir del misterio, por eso acumula signos inciertos en esas intrigantes arquitecturas y crea atmósferas en las que se respira un sutil desasosiego.
En su trabajo la realidad colisiona sin cesar con la ficción, no es extraño que sus laberintos visuales recuerden a los edificios imposibles de Escher. El artista holandés realizó su particular Grand Tour por el sur de Europa -Italia y España- en el otoño de 1922 y se inspiró en las geometrías omeyas de la Mezquita de Córdoba y en los adornos mayólicos de la Alhambra de Granada (lo que él llamaba la cerebral decoración islámica). También Isabel ha realizado un tour contemporáneo por Europa, buscando lugares con el potencial metafórico y onírico que ella necesita para poner en escena sus fantasías. Lugares en los que exhibir la coexistencia del mundo que vivimos con el mundo que soñamos. Isabel Tallos se sirve de varias estrategias para cuestionar la noción de realidad: usa ese segundo obturador que es la manipulación digital, sitúa su cámara en sitios donde resulta complicado adivinar las dimensiones reales y juega con la ingenuidad de nuestra percepción; de ese modo, cuando se incluye ella misma en la imagen, su cuerpo parece aportarnos la escala de ese espacio, pero ese referente que nos permite calcular las proporciones de la arquitectura no siempre nos asegura la verosimilitud de la escena.