Es una experiencia que no se cuenta, se construye, se va creando, se va realizando, es una construcción del deseo, como las buenas fotografías. Como quien va fabricando un objeto, una casa, un sistema filosófico, una obra musical, un mundo en un papel y pluma, su obtención es su narración, donde no había nada quizás pueda haber una humilde ampliación del significado del mundo... ¿una obra que quizás pertenecería al llamado contexto artístico? Imágenes que deben ser descifradas, situadas, será el texto que vaya generando nuestro recorrido el que se encargará de esa tarea.
Es un periplo que se apropia de lo que ve, de lo que se lee, es el gesto quien lo mueve todo. En realidad, ni tan siquiera sería necesario que nos trasladásemos, ahí está la magia. De hecho nos movemos por justificación, incluso por puro lujo, porque podríamos hacer algo diferente: podríamos hacer que fuese el mundo el que se moviese para nosotros. Entre todos los viajes fotográficos-textuales que hemos leído, quizás es el del gran Eugene Atget el que mejor nos viene para estas líneas que pretenden acercarse al viaje de Isabel. Es el gran viajero, el gran aventurero, la gran aventura, un viaje más intenso, más largo en tiempo y en distancia que el de Magallanes. Es la cámara y sus imágenes quienes crean el viaje de Atget, el tiempo suspendido, por supuesto también lo hace el mundo, un mundo que es succionado por la cámara de Atget... sabe algo que intuyo en el periplo de Isabel, algo que también sabía Spinoza , y es que las lentes pueden poner el mundo en otro sitio. No hay lugares extraños, hay lugares extrañados por la acción del tiempo y del espacio de la cámara, una cámara en manos de una mente consciente.
Y nuestra presencia... estuvimos allí, ¿dónde? espacios sin nombre, sin lugar donde ubicarse, soñados , vividos. También imágenes sin nombre, también soñadas, siempre escritas. La soledad del viajero lleva al autorretrato, los hoteles de cuatro duros están llenos de autorretratos, en menor medida los de trescientos euros.
